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‘Riders’: los frágiles amos de las calles

Foto del escritor: El BuzonEl Buzon

Se han convertido en reyes inesperados de las ciudades vacías. Circulan por ellas a velocidad de vértigo. Algunos ven en el trabajo una vía de escape. Otros protestan por el riesgo al que se exponen durante las entregas de pedidos. Así viven la pandemia los repartidores ciclistas.




Son bolsas cúbicas, de colores chillones, reconocibles a centenares de metros. Publicidad andante. Y a la vez una espaciosa bolsa térmica. Amarilla: Glovo. Turquesa: Deliveroo. Verde: Uber Eats. El signo inconfundible de los repartidores, convertidos en los reyes inesperados de las ciudades vacías.


Esforzados currantes de la economía de plataformas. Máximos exponentes de la uberización del empleo y del mundo. Un atisbo, quizá, de la “nueva normalidad” que nos viene. Más virtual y tecnológica, y puede que más precaria Dirigida por un algoritmo. Preparada para una vida en cuarentena, con una mayoría en sus casas y unos pocos en las calles. Flechas circulando de un lado a otro para llevar cualquier cosa a domicilio. Algunos en coche, muchos en moto, la mayor parte en bicicleta.


Tras 40 minutos, arma de nuevo el puzle e infla la rueda con una “bomba a baterías” que guarda en la mochila. Con las manos negras, reflexiona: “La gente recibe un pedido y no sabe lo que hay detrás”. Se sube de nuevo a su Moma, localiza una fuente para lavarse, se enfunda los guantes de medio dedo y dice: “A empezar la jornada”.



Tras el primer pedido, lo normal es dejarse llevar. Unridersabe dónde empieza, no dónde acaba. Como es una “hora valle”, Gaviria propone ir al barrio de Salamanca, donde a partir de las cuatro “comienza la acción”. Estos días de coronavirus, dice, la demanda está “volátil”. Los picos de comidas y cenas han dado paso a los de compras de supermercado, que suelen alcanzar su cénit ahora.


En la acera, hay mochilas de todos los colores. Los repartidores van y vienen, se sientan en los bancos y en los poyetes de los comercios. Uno de ellos, garabatea con un lápiz los versos de un poema en un cuaderno. Es antropólogo, prefiere no dar su nombre. Trabajó en el Amazonas con los indios . Llegó hace 10 meses. Lee en voz alta: “Nadie afinca el silogismo / del gusano de la seda (…) Estrellamares que tal vez / ya olvidan cómo morir la siesta”. Chispea. El poeta guarda su cuaderno en la mochila de Uber Eats, se acerca al local de tacos y golpea en la ventana para solicitar su próximo reparto. 

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Isaac Valenzuela

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